Ascaso descubre y reinterpreta un chocolate de Aragón del siglo XIX
Fiel a su espíritu de recuperar recetas originales y adaptarlas a los nuevos gustos gastronómicos, Pastelería Ascaso presenta el Chocolate de Aragón. Un producto datado en el siglo XIX, en el que ha estado trabajando durante los dos últimos años y que se comercializa en formato tableta y bombones.
Todo empezó con el estudio del libro “Tratado completo y práctico de confitería y pastelería dividido en cuatro partes que contienen los mejores y más modernos procedimientos nacionales y extranjeros que se conocen en los citados ramos, y además comprende un Manual de cocina pintoresca y la fabricación de los mejores chocolates, licores, helados, limonadas y otros artículos que usan los cafeteros y botilleros”, cuyo autor o autores se ocultan bajo las iniciales C. P. y A. El ejemplar con el que se ha trabajado desde Ascaso corresponde a la 3ª edición de la obra, fechada en 1857, y en su capítulo XV, referente a la “Fabricación del chocolate”. Aquí figura la fórmula del Chocolate de Aragón: se tuestan once libras de Cacao de Caracas, e igual cantidad del de Guayaquil, y cuando está molido se le añaden doce libras de azúcar mascabado superior, y seis onzas de canela de Holanda superior, reducida a polvo.
Tal como indica Sura Ascaso, responsable de Desarrollo de Negocio, “en Ascaso hemos querido reflejar de la manera más fiel posible este sabor, sin olvidar que el chocolate entonces sólo era líquido o a la taza y nosotros teníamos el reto de hacer viajar en el tiempo esta fórmula para que gustase a los consumidores del siglo XXI”. El resultado es un chocolate potente y de gran complejidad aromática combinando cacaos de Ecuador y Venezuela al 74%, “haciéndonos eco de los de Guayaquil y Caracas de la receta original. Se han mezclado con azúcar moreno y toques de canela y vainilla de Tahití para equilibrarlo”.
El packaging es obra del diseñador Isidro Ferrer, Premio Nacional de Diseño 2002 y Premio Nacional de Ilustración 2006, que ha creado un envoltorio muy sensorial y táctil, realizado con materiales sostenibles, “en el que no se apela al concepto tradicional de belleza, sino más bien a esos espacios sensitivos vinculados con la tierra y la materia prima”, explica.