Preciosismo: ¿virtud o defecto?
Estamos hartos de escuchar que un producto que entra por los ojos pero que luego no está a la altura de las expectativas cuando se degusta supone una gran decepción. Carles Mampel, en su nuevo y flamante proyecto huye diametralmente de una tendencia que considera abusiva, sobre todo en redes sociales, en las que todo es cuestión de imagen y lo que menos importa es lo que ocurre cuando a eso tan bonito le hincas el diente.
Sin embargo, no podemos olvidar que la pastelería es quizá la rama culinaria que más en cuenta tiene la estética, hasta el extremo de convertir algunas creaciones en pequeñas joyas u obras de arte en las que el valor gustativo corre el riesgo de quedar en segundo plano. Pero no es el caso de los colaboradores de Dulcypas 494, incluido el propio Mampel con sus originales pasteles en forma de cuña y su bollería de autor. Cuando Belén Melamed se propone realizar una tartaleta en forma de rosa negra, su aspiración es dignificar el valor del trabajo manual a manga y, de paso, poner de relieve un sabor no del todo habitual en la despensa pastelera, el sésamo negro. Dos en uno.
Otro tanto hace Nuño García desde su nuevo Clan Obrador de Madrid, convirtiendo cada pieza de bollería en un manjar delicado y atractivo desde su presentación. No menos cuidadas son las creaciones emplatadas de profesionales como Jesús Camacho y Anthony Hart, o las tartaletas, croissants y tacos de A Maquia, o los originales pasteles de Targarona, por no hablar del carrusel de piezas que componen los buffets de Antonio Bachour… Todos ellos nos demuestran que el preciosismo no está reñido con una apuesta plena en cuanto a sabores. Y esa es la virtud y el valor añadido de los pasteleros en comparación con la cocina: sabroso sí, pero bonito también.