La felicidad que se come
Empezaron los “sin” (gluten, azúcar, grasas, lactosa…) y siguieron los “con” (omega 3, fibras, ácido láctico, proteínas…). Y ahora tenemos al consumidor delante del lineal del supermercado analizando compulsivamente la composición de todo aquello que forma parte de su cesta de la compra. La preocupación por lo que ingerimos ha crecido de forma exponencial en los últimos años, mientras la frase “somos lo que comemos” ha hecho fortuna, y la repiten y repiten los nutricionistas, los cocineros, los gastrónomos, los tertulianos, los políticos y los taxistas.
La frase en cuestión tiene más de 150 años y corresponde al filósofo alemán Ludwig Feuerbach, “si se quiere mejorar al pueblo, en vez de discursos contra los pecados denle mejores alimentos. El hombre es lo que come”. El sentido original, por tanto, era claramente diferente al que se le atribuye hoy. Feuerbach denunciaba la deficiente alimentación de las clases populares debido a las carencias económicas de la época. Y al mismo tiempo recriminaba a los poderes la utilización de la represión moral contra el pueblo.
En cambio, la preocupación actual tiene que ver más con el exceso en general y con el abuso de algunos alimentos en particular.
Desde Dulcypas reivindicamos una tercera lectura de la cita. Si verdaderamente somos lo que comemos, deberíamos comer aquello que nos aporta felicidad. Y es ahí donde entra en juego la pastelería. Como inciso, siempre que hablamos de pastelería nos referimos a la de verdad, la que se prepara con los mejores ingredientes y con el máximo respeto a los procesos de elaboración. Y si sale de las manos de un pastelero artesano, mejor aún. En este sentido, el pastel también debería ser considerado como alimento funcional, pues cumple la importante misión de hacernos sentir bien. Eso sí, como todos los placeres, mejor disfrutarlos con moderación. O no.
Editorial de Dulcypas #457 [ consulta el sumario ]