Azúcar, se estrecha el cerco
Aunque de momento solo afecta a una parte del territorio español, Catalunya, y a un tipo de alimentos, las bebidas, el azúcar ha sido objeto esta semana de una medida de abierta hostilidad. Grabar un impuesto sobre las bebidas según el porcentaje de azúcar contenido responde por un lado a una obvia necesidad recaudatoria de la administración pero, a su vez, pretende transmitir un mensaje a la sociedad que como mínimo merece una revisión: el azúcar es malo.
Así, sin más, da igual en qué cantidad, formando parte de qué alimentos o, todavía peor, sin entrar a considerar el global de una determinada dieta. Es malo. Es decir, lo equiparamos a una droga, nocivo como podría ser el tabaco, el alcohol e incluso peor que la cafeína, que, como droga, admitimos su consumo sin demonizarlo especialmente.
Hoy es solo Catalunya, pero mañana podrían ser otras zonas del país -de hecho ya hay quien pide una medida similar a nivel estatal. Ahora son las bebidas, pero dentro de poco se extenderá a otros grupos de alimentos, los siguientes en la lista parecen ser los productos de bollería.
No es el ánimo de esta reflexión sentar cátedra sobre qué es bueno o malo en términos absolutos. Probablemente no exista un solo alimento cuya dosis elevada no pueda acarrear alguna contraindicación. Sin embargo, la puerta que hoy se ha abierto, el camino que iniciamos al grabar un ingrediente, un alimento, como el azúcar, nos abre muchos interrogantes. Primero, ¿habrá otros ingredientes?, hay quién habla ya de la sal, quién sabe si las grasas en general, o alguna en particular, podría correr una suerte similar, los alimentos con alérgenos… Segundo, ¿quién condena un ingrediente?, ¿con qué autoridad?, ¿es tan simple como vincular un problema de salud como el de la obesidad a un ingrediente para justificar semejante sentencia? Por cierto ¿alguien sabe cuánto azúcar tiene un zumo de naranja recién exprimido?, ¿tendríamos que empezar a grabar la fruta fresca en función de la cantidad de azúcar que contiene? Tercero, ¿queremos vivir en un estado cuya administración no solo nos recomienda lo que debemos comer si no que pasa a la acción y tributa los alimentos para condicionar nuestro consumo? ¿El siguiente paso, por ahorrarnos la maldad atribuida a dicha materia prima, sería prohibirla, no les parece?
Podríamos continuar la lista de interrogantes y probablemente sus respuestas todavía nos producirían mayor estupefacción. También podríamos plantearnos qué le ocurre a nuestra sociedad si no somos capaces de diferenciar el fomento de una determinada educación nutricional, y separarla de tentaciones autoritarias que reprimen y castigan. Por no hablar de un análisis un poco, solo un poco, más profundo, que establezca el punto de mira no en los ingredientes, sino en el estilo de vida. Y con esto último no solo me refiero a la práctica de deportes o a evitar la vida sedentaria, también a las consecuencias que tiene la elección y abuso de alimentos refinados en oposición a los caseros o artesanos. ¿Tendrá a bien la administración advertirnos sobre las consecuencias que tiene para nuestra salud este tipo de cuestiones o se limitará a señalar a un cabeza de turco, un ingrediente o una gama de productos, y abandonarnos a nuestra suerte?
Finalmente, un lugar como este, dedicado a algo tan cultural y refinado como la pastelería, y, por extensión, al placer gastronómico, se antoja oportuno para preguntarnos qué nos ocurre cuando sólo vemos en nuestra alimentación riesgos o beneficios para nuestra salud. ¿Es eso alimentarse? ¿Dónde queda la gastronomía? ¿Es acaso un capricho para temerarios o inconscientes? ¿No hay otro camino que nos ayude a vivir mejor, a gozar de más salud, sin renunciar al placer? Peor, ¿tenemos que renunciar a nuestra libertad de elección? Hay quien habla de una progresiva medicalización de la sociedad, una sociedad cuyos hábitos solo se aceptan si vienen prescritos por los profesionales de la salud. ¿Seguro que no hay maneras más audaces de proceder? Por favor, no convirtamos la salud en algo tan frágil y a la par estricto. ¿Tantos siglos de humanidad para llegar aquí?